dimarts, 15 de gener del 2008

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IAS: CONSEJOS DE LOS ESPECIALISTASLa importancia de decir "no" y "basta"
Especialistas consultados por Clarín alertaron sobre los peligros de la crisis de autoridad que sacude a las familias. Según explicaron, tradicionalmente el manejo de la autoridad en el seno familiar ha sido autocrático. Los padres imponían las normas, corregían, castigaban y premiaban. Ni el poder ni la autoridad se compartían con los hijos y era el papá, en definitiva, quien tenía la última palabra, porque en él residía la responsabilidad socioeconómica y moral de la familia. Así han funcionado las cosas durante décadas, pero en los últimos veinte años este sistema se fue resquebrajando y, en muchos hogares, dejó de funcionar. Y el problema, según algunos expertos, es que aún no se ha reemplazado ese modelo por otro donde los chicos asuman responsabilidades e incorporen normas familiares de otro modo. "En algunos aspectos, creo que la equiparación de roles entre el papá y la mamá en el seno familiar no ha sido beneficiosa. La mamá siempre fue 'lo calentito' del hogar, la que aportaba la calidez, contención. Hoy, al tener tantos roles, perdió su histórica función y eso no sólo está complicando las identificaciones sino que los hijos no tienen muy claro cuál es el papel de cada uno y en quién reside la autoridad", explica la licenciada Marta Mosner. Para la especialista, los límites son fundamentales para que el chico pueda incorporar una protección. "Dejar que un hijo crezca con absoluta libertad no es criar sino malcriar. La crianza tiene que ver con una limitación, y no poner límites es dejar al chico a expensas de buscar sus propias limitaciones. Cuando los chicos provocan, se portan mal, están pidiendo desesperadamente alguna autoridad que les quite la responsabilidad de autolimitarse", agrega la psicoanalista. Los psicólogos aseguran que los límites contribuyen a la maduración psicológica del niño. ¿Por qué? Porque, mal que nos pese, somos limitados, no somos omnipotentes. Y aprender eso desde pequeños puede ayudarnos de adultos. "La realidad no es tan manipulable como los chicos imaginan desde su pensamiento mágico y egocéntrico. Por eso hay que enseñarles a aceptar un no, a entender que no todo saldrá siempre como lo desea, que no siempre va a lograr lo que se propone. De esta manera va a desarrollar tolerancia a la frustración, un rasgo fundamental de la personalidad adulta", explica la psicopedagoga Irene Varela.De esta manera, cuando un papá dice "eso no", "basta" o "no hay más" está funcionando como un representante de lo real para ese hijo: le está adelantando situaciones que tarde o temprano deberá experimentar. Lo está ayudando a crecer. No hay recetas. Pero los límites no se ponen a los gritos ni a los golpes. Basta con decir no y sostenerlo. Basta con bancarse, por un rato, ser "el malo de la película".

"Si sigo 'no' dejarán de quererme", "si digo 'no' soy un egoísta", "si digo 'no' pensarán que soy un maleducado"... Creen que si dicen 'no' van a herir a alguien o que los sentimientos de los demás cambiarán. Temen dañar, temen perjudicar la relación. Y entonces dicen que 'sí' sin ganas, sin voluntad, sin realmente quererlo.
Generalmente quienes no se atreven a decir que no son los mismos que no se atreven a pedir. Esperan que sean los demás quienes adivinen sus necesidades, sin necesidad de pedir, y no se atreven a decir que no cuando alguien les pide algo.
Tanto el no pedir —y esperar que sean los demás quienes adivinen nuestras necesidades—, como no atrevernos a decir que no, generan en el ser humano un terrible sentimiento de desamor. Y esto ocurre porque en esas situaciones la persona confunde dos cosas completamente diferentes: alguien puede quererte mucho y, sin embargo, no adivinar tus necesidades. Alguien puede quererte mucho y, sin embargo, aceptar que le digas que no a algo concreto. Alguien puede quererte mucho y, sin embargo, puede decirte que no a algo que le pides. Adivinar necesidades o decir que no nada tiene que ver con el amor o con la aceptación. No dices que no a la persona, sino a una petición concreta.
Cuando alguien te pida algo que no puedas dar, mírale a los ojos, sonríele y dile que no, dejándole muy claro que le aprecias, que le valoras, que le quieres. Tan normal es pedir como decir que no. Cuando sabes qué quieres y cuándo lo quieres, es mucho más fácil decir que no a cosas que no puedes dar o a cosas que te apartan de tus valores o de tus metas.


No es negación siempre, en ocasiones rechazo y también ruptura a veces; pero no es también definición de límites, independencia y libertad. Decir no no es ser egoísta, ni ser desagradecido, ni ser mala persona. Saber decir que no es, por el contrario, ejercer la sinceridad, comprometernos con nosotros mismos y es, sobre todo, renunciar a quedar bien a toda costa. Esa creo que es la clave: hay personas que sienten la necesidad absoluta de quedar bien hasta con el lucero del alba porque precisan de la estimación y el reconocimiento de los demás, porque tienen una autoestima bajo mínimos y tienen que obtenerla de fuera. Pero ¿a qué precio? Cuando dices sí, queriendo en tus adentros lo contrario, te sientes mal y, curiosamente, con frecuencia te sientes utilizado. En el fondo te colocas en un servilismo indigno hacia ti mismo, te percatas de tu debilidad y acabas con la autoestima aún peor. Decir que sí a todo no sólo no cura la autoestima sino que la empeora. Necesitamos el afecto de los demás, pero de poco nos servirá sin nuestro propio afecto.
Ni puedo, ni debo, ni quiero contentar a todo el mundo. Es más, si caigo bien a todos, absolutamente bien a todos, tengo que empezar a preocuparme seriamente. Si carezco por completo, no diré de enemigos pero sí de enemistades, algo grave puede estar pasándome, porque hay personas y posiciones que merecen mi rechazo, mi rechazo absoluto y no con medias tintas. El que a todo dice que no, probablemente padezca de rebeldía oposicionista, que es cosa seria; pero, el que a todo dice que sí, el que no sabe decir que no, padece también de algo: le falta amor a sí mismo

Aprender a decir "no" Cuando queremos decir "no" y decimos "sí", estamos devaluando nuestro "sí
Comunicarse eficientemente con los demás, con precisión y empatía y dejando un poso de imagen positiva ante nuestros interlocutores es uno de los cometidos clave en una vida en sociedad. Se trata de un proceso complejo, en el que debemos articular habilidades aprendidas y talentos naturales (como el dominio del lenguaje oral y gestual, el don de la oportunidad, la adecuada gestión de las emociones, el encanto personal&). Y en el que hemos de combinar la tolerancia necesaria para aceptar y entender al otro, con la capacidad de expresar nuestras opiniones o preferencias. Hay dos cosas que a muchas personas les resultan problemáticas o difíciles: una es de pedir o solicitar favores, y la otra, decir "no". Centrándonos en esta última cuestión, dar respuestas negativas supone un esfuerzo, empeñados como estamos en caer bien, en resultar tolerantes, comprensivos, amables y diligentes. La timidez y el déficit de autoestima son problemas añadidos a la hora de decir que no.
Todo empieza en la infancia
Entre las primeras actitudes que aprende un bebé, la de negarse, la de rebelarse ante sus padres, ocupa un lugar preferente. Oponerse es la mejor manera que el niño o niña tiene para afirmarse. Es una forma de marcar una diferencia entre ellos y el exterior, una defensa ante la sensación de invasión que perciben por el requerimiento constante que viene de su entorno. Con el paso de los años la estrategia de él no va remitiendo, aunque en la adolescencia recobra su fuerza y se erige casi en patrón de conducta.
Pero en la medida que el joven va asumiendo mayores cuotas de responsabilidad y autonomía, le resulta más difícil decir no. Comienzan a adquirir relevancia planteamientos como los de evitar problemas innecesarios y propiciar un buen ambiente con su entorno, caer bien a los demás, soslayar las discusiones& El problema surge cuando esta tendencia se consolida en exceso y, por timidez, comodidad o pragmatismo se convierte en hábito.
Hay que diferenciar entre no contrariar a nuestros interlocutores porque coincidimos con sus propuestas, opiniones o planteamientos y entre hacerlo por sistema, siempre y en cualquier circunstancia. Si no manifestamos nuestro desacuerdo cuando discrepamos en cuestiones importantes, o si hacemos lo que consideramos inapropiado o lo que resulta perjudicial para nuestros intereses, anteponemos las necesidades, opiniones o deseos de los demás a los nuestros. Esto puede causarnos, además de los previsibles perjuicios de índole práctica, problemas de autoestima, y puede trasmitir de nosotros una imagen de personas con poco criterio.
Tras esta conducta complaciente puede hallarse la creencia de que llevar la contraria o no aceptar tareas que consideramos incorrectas o que no nos corresponden conduce a que se nos vea (o nos veamos) como egoístas. Muchos piensan que eso es casi lo peor que les pueden llamar, hasta tal punto tienen asumido que la generosidad, la compasión, la empatía y la incondicionalidad son atributos positivos, y del todo contrapuestos al egoísmo natural -y hasta cierto punto, lógico- de las personas.
¿Por qué el miedo a decir no?
Algunas personas sufren cada vez que se han de negar a algo, bien sea por miedo a defraudar las expectativas de otros, bien por temor a no dar "la talla" o a no saber argumentar su negativa, o por simple pereza y comodidad. Se trata, en definitiva, del miedo a no ser valorados y queridos. Nuestra necesidad de ser valorados, atendidos y tenidos en cuenta, puede llevarnos -desde el espejismo que crea una autoestima poco asentada- a mostrar una constante disponibilidad a todo, lo que nos sume en una dependencia no sólo de los demás, sino de esa imagen desde la que actuamos, dejando de ejercer nuestro derecho a decir "no". Esa dependencia dificulta nuestra evolución personal, dinamita nuestra autoestima e imposibilita el libre ejercicio de la responsabilidad que propicia unas saludables y equilibradas relaciones de interdependencia con los demás, en las que decimos "sí" cuando lo consideramos adecuado y en las que mantenemos vigente la posibilidad a decir "no".
La fuerza del sí
Un "no" a secas resulta demasiado expeditivo; después del "no" conviene decir "sí", aunque sea a la postura contraria de la de nuestro interlocutor, proporcionando alternativas, exponiendo y defendiendo nuestros argumentos con convicción y firmeza pero eso sí, sin herir ni menospreciar a nadie. Y esto sólo es posible si previamente sabemos decir "no" sin sentirnos culpables por ello.
Cuando queremos decir "no" y, sin embargo, decimos "sí", estamos devaluando nuestro "sí", ya que, de puro rutinario, lo hemos despojado de su verdadero valor. Y devaluar nuestra afirmación es hacerlo con nuestro crédito como personas que sienten, piensan y tienen criterio propio. Equivale a devaluarnos ante los demás y ante nosotros mismos.
Hemos de buscar un equilibrio que nos permita ser tolerantes y comprensivos, pero siempre habilitando un espacio para expresar nuestros matices o discrepancias. Si cedemos siempre, nos estamos haciendo daño. Si no somos capaces de decir "no", pensaremos que a los demás les puede ocurrir lo mismo. Y cada vez que obtengamos una afirmación a algo que pedimos o comentamos, dudaremos de si realmente es una respuesta sincera, y por ende, si importamos a nuestro interlocutor.
Ser nosotros mismos
Conectar con nuestras necesidades, atender a lo que queremos y necesitamos, priorizar el cómo estamos en cada momento y situación, nos obliga a saber decir "no". En ocasiones, decir "no" deviene necesario para conocernos, para significarnos y mostrarnos al mundo tal como somos. Desde la sinceridad empática (acercándonos a la situación del interlocutor), entablaremos unas relaciones de autenticidad, en las que impere un diálogo más veraz, fluido y constructivo. Y podremos decir que sabemos con quién hablamos y cómo se encuentra la persona con la que lo hacemos. Hay demasiadas relaciones vacías, formales, vestidas de cordialidad y buenos modales. Una cosa es la sociabilidad y otra muy distinta, la hipocresía del "quedar bien" a toda costa.
Digamos "no" cuando queremos decir "no"
· No nos sintamos culpables por decir "no".
· Dar (adecuadamente) prioridad a nuestras necesidades, opiniones y deseos no es una manifestación de egoísmo, sino de responsabilidad, autoestima y madurez.
· Decir "no" cuando lo consideramos justo o necesario es la mejor forma de comprobar en qué medida se nos valora y se nos quiere por cómo somos en realidad.
· Permitámonos verificar que nuestras negativas no sólo no rompen vínculos con los demás, sino que plasman un compromiso de sinceridad, respeto (por los demás y por nosotros mismos), responsabilidad y autenticidad.
· La confianza se fortalece cuando el diálogo y la interacción no se sustentan en falsos asentimientos y condescendencias.
· Si ejercemos nuestro derecho a decir "no", podremos pensar que los demás hacen lo propio, y asentaremos una comunicación más fiable, veraz y fluida.

No sé decir no
Es sólo una palabra, pero no siempre reunimos las fuerzas necesarias para pronunciarla. La necesidad de agradar a los demás y la influencia de una sociedad que nos acostumbra a acatar normas, nos frena y dificultan el que sepamos que hay momentos en los que es necesario saber dar una negativa.

PALOMA ALMOGUERA
No es signo de mala educación. Tampoco se trata de suscitar agresividad o tiranía. Decir que no es, en ciertas ocasiones, una manera de autoafirmación y defensa de los principios y derechos personales. La tendencia a complacer a los demás, prevaleciendo sus deseos a los nuestros, puede traernos pésimas consecuencias, ya que, como indica Juan Carlos Álvarez Campillo, psicólogo y director del Instituto de Coaching, “la persona que lo hace se pone al servicio del resto de manera negativa, en el sentido de que cualquier cosa que digan es más importante de lo que él o ella piense”. Hay diferentes causas que nos impulsan a no expresar nuestra verdadera voluntad. Todo depende en gran medida de los roles que asumamos en los contextos en los que nos desenvolvemos. Por ejemplo, en el trabajo, la sensación de inferioridad jerárquica puede llevarnos a aceptar cualquier imposición aunque no sea justa. Ese miedo a la autoridad no hace sino mermar la capacidad resolutiva: “si uno quiere rendir –explica Álvarez Campillo– y ser eficaz en lo que hace, es necesario saber decir que no”. También es frecuente que aceptemos excesos por parte de los seres queridos, atormentados por el temor a perder a la persona amada. No es necesario llegar a situaciones críticas o extremas –como puede ser un maltrato o un abuso– para aprender a decir que no, basta con ser consecuente con tus pensamientos y tratar de llevar relaciones afectivas compensadas y equilibradas.

Educados para obedecer

Desde la infancia nos inculcan la idea de que ser responsable y maduro equivale a no saltarse las normas. Vivir desbordados y no tener tiempo libre es signo de éxito profesional y genera buena imagen social, pero ¿qué ocurre con las necesidades personales? La persona que acostumbra a abarcar todo –puede con trabajo extra y es el primero que acude cuando un amigo tiene un problema– suele disfrazar su egocentrismo bajo esa imagen de “todopoderoso”. Tener miedo al conflicto, a desagradar o a que no nos tengan en cuenta, nos hace caer en una actitud excesivamente complaciente que, por otra parte, no tiene por qué ser la consecuencia de haber tenido una infancia difícil –un padre autoritario, un entorno exigente, etc...–. Según Álvarez Campillo, “depende mucho del propio carácter de la persona, de si tiene lagunas en algún otro aspecto de su vida y pretende llenar la autoestima, la confianza o la seguridad desde fuera: alabando, complaciendo y respaldándose en los demás”. Esta actitud sólo puede encubrir el problema, pero la solución radica en la propia persona.
Cuestión de asertividad
Entre la agresividad y la sumisión hay un paso: la asertividad. Sartre sostenía que creamos nuestra esencia en la medida que existimos. En eso consiste la asertividad, en concebir la existencia como una condena a la libertad, en ser dueños de nuestras acciones.La vergüenza de hacer el ridículo –de evitar situaciones en las que seamos el centro de todas las miradas o el popular “tierra trágame”– nos sume en esa actitud de intentar pasar desapercibidos. “Para ser asertivo, hay que buscar la parte positiva en cualquier situación, dar un salto más allá de las cosas que no resultan tan favorables”, aclara Álvarez Campillo. La persona que siempre da un sí por respuesta acaba creando confusión: ¿Se trata de un sí verdadero o es un no encubierto? Responder con autonomía y no ser un instrumento para otros fines distintos a los propios es el primer paso. “Hay que lograr firmeza con uno mismo y no ser tan consecuente con los demás”, concluye Álvarez Campillo.

Saber decir que no, ¿una tarea complicada?La conducta asertiva, más conocida como “saber decir que no”, se caracteriza por la expresión directa de los propios sentimientos, necesidades, derechos legítimos u opiniones sin amenazar o castigar a los demás, y sin violar sus derechos. Así, el mensaje que mandamos al otro cuando ponemos esto en práctica es: “esto es lo que yo pienso; esto es lo que yo siento; así es como veo la situación”.La asertividad, como el resto de habilidades sociales, es importante para lograr dos tipos de objetivos:- Afectuoso: conseguir relaciones satisfactorias con los demás, estableciendo amistades y relaciones amorosas.- Instrumental: realizar actividades con éxito en nuestra vida diaria, como comprar, vender, entrevistas de trabajo y la utilización de instituciones sociales y prestaciones.En primer lugar, debemos diferenciar esta conducta de la agresiva, en la cual violamos los derechos de la otra persona; y de la conducta no asertiva, que implica la violación de los propios derechos al no ser capaz de expresar nuestros sentimientos, pensamientos y opiniones y, por consiguiente, permitiendo a los demás que violen nuestros propios sentimientos, o los acabemos expresando con disculpas y con falta de confianza, por lo que los otros pueden fácilmente no hacernos caso.La respuesta asertiva se caracteriza por un contacto ocular directo, un tono de voz en la conversación adecuado, un habla fluida, gestos firmes, respuestas directas a la situación, manos sueltas, mensajes en primera persona y verbalizaciones positivas.Al poner este tipo de conducta en práctica, es normal que sintamos cierto malestar o ansiedad. Esto es algo que nos ocurre a todos, ya que no estamos acostumbrados y nos supone cierto malestar. Ejemplos de estas situaciones son cuando queremos devolver un producto defectuoso al dependiente de una tienda, o expresar una molestia o una crítica justificada de manera apropiada. Lo que debemos hacer es valorar las consecuencias a corto y largo plazo, y ver qué es lo más favorable. Lo que está demostrado, es que la conducta asertiva a largo plazo, aumenta las consecuencias positivas y diminuye las desfavorables.La persona que consigue mantener este tipo de conductas, logra resolver sus problemas, sentirse a gusto consigo mismo y con los otros, satisfecho y relajado, tiene el control de la situación, y se gusta tanto a sí mismo como a los demás.


EL SENTIDO DE EDUCAR EN LOS LÍMITES

Ps. Rocxana Croce P.

I
maginemos una cancha de football donde no existan las líneas que demarcan los límites. No habría forma de poder definir claramente hasta donde es válida una jugada o si la pelota cae o no dentro de la cancha. La palabra “limite” pareciera que indicara “coartar” o “evitar” un crecimiento o avance. Pero la intención no es así. Va más bien por el lado de formar a los hijos en la protección y capacidad final de decisión al tener clara las cosas. Tampoco su aplicación está asociada a gritos y ordenes imperativas. Muy por el contrario. Con el establecimiento, conocimiento y claridad de los mismos, su aplicación no tiene porque ser confusa o traumática.

Cada familia tendrá sus propias reglas. El peligro puede estar en que los padres se olvidan de señalarlas y con eso recurran al grito o golpe. Los padres deben ser hábiles para negociar situaciones y no irse a extremos.

No olvidemos la dosis de PACIENCIA siempre necesaria en casi todos los aspectos de la vida.

Todos necesitamos parámetros para organizarnos y poder desarrollarnos con seguridad y soltura.
Sin embargo establecerlas a veces no es tan difícil como ejecutarlas.

Pongamos el caso de una oficina donde las normas de conducta están dadas claramente. Se puntualiza los horarios para el ingreso, almuerzos y salida. Sin embargo hay dificultades para que sean cumplidas por el señor “x”. Las normas tienen una consecuencia y en éste caso podría por ejemplo ser la reducción de un porcentaje del sueldo acumulando tres tardanzas. El señor incide las tres veces y se le aplica la sanción. Este puede apelar pero las reglas han sido claras y preestablecidas.

En un hogar donde las normas no son claras se entorpecerá el desarrollo de la vida cotidiana pues pueden surgir situaciones discordantes donde no se sepa cómo actuar ante ello.

Si además se improvisa, la situación se complica.
Por ejemplo, el muchacho se pasa horas de horas en el teléfono y no le llaman la atención por ello. Puede pasar que llega el recibo con una cuota alta y el padre increpa desmedidamente al hijo, este reacciona airadamente, encima la madre defiende al hijo; se arma toda una situación de discordia.

Si este hogar tuviese pautas de conducta establecidas de antemano, no acontecería una situación similar.

La relación que exista entre los padres y el apoyo que den a sus hijos, crean el clima emocional del hogar, formando un ambiente tranquilo, armónico, hostil, etc.

Establecer normas de convivencia y sus respectivas consecuencias viabilizaría el discurrir de un hogar, centro laboral u otro ambiente.

Lograr instaurar reglas es difícil, pero hay que recordar que los extremos son malos; aquí es donde entrará la habilidad de los padres para negociar la situación.

En las familias permisivas, los límites a veces son muy amplios y pueden sugerir despreocupación que los padres manifiestan a sus hijos.

Las familias estrictas llegan a exagerar los controles y pueden asfixiar el desarrollo de los hijos.

Entre estos dos grupos de familias, encontramos las familias democráticas, que brindan normas y valores con claridad, que ponen límites, pero son flexibles de acuerdo a las circunstancias, la edad, etc. y que es posible mantener una apertura al diálogo para llegar a un mutuo entendimiento. Hay entonces cierta flexibilidad dentro de los límites ya marcados.

A veces no prestamos atención sobre la importancia de “ponerse de acuerdo” en la aplicación de una norma o regla.
El padre dice “a” y la madre dice “b”; el hijo queda en el aire, desconcertado.

Se aconseja hablar un “mismo lenguaje”, de modo que no se interrumpan los canales de comunicación.

Por último, la educación es RESPONSABILIDAD COMPARTIDA por ambos padres y la aplicación de las normas, sanciones, reconocimientos y demás aspectos de la formación de los hijos, se reparte en igual forma.

Los niños necesitan límites. Cómo educar con disciplina a nuestros hijos
Una disciplina eficaz a la hora de aplicar los límites a nuestros hijos es lo más importante. Si nosotros presentamos una buena regla, nuestro hijo estará dispuesto a cumplirla porque lo que quieren ellos es agradarnos. No nos encontramos preparados para establecer los límites. Nos falta habilidad para hacerlo. Hablamos demasiado, exageramos en la emoción, y en muchos casos, nos equivocamos en nuestra forma de expresar con claridad y con demasiada autoridad. Cuando necesitamos decir a nuestros hijos que deben hacer algo y "ahora" (recoger los juguetes, irse a la cama, etc.), debemos tener en cuenta algunos consejos básicos:
Debemos tener objetividad
Es frecuente oír de nosotros mismos y de otros padres expresiones como "Pórtate bien", "Sé bueno", o "no hagas eso" Las expresiones significan diferentes cosas para diferentes personas. Nuestros hijos nos entenderán mejor si hacemos nuestras normas de una forma más concreta. Un límite bien especificado dice a un niño exactamente lo que debe estar hecho. "Habla bajito en una biblioteca "; "Da de comer al perro ahora": "Agarra mi mano para cruzar la calle". Esta es una forma que puede aumentar substancialmente la relación de complicidad de su hijo.
Ofrezca opciones
En muchos casos podemos dar a nuestros hijos una oportunidad limitada de decidir como cumplir sus "órdenes". La libertad de oportunidad hace que un niño sienta una sensación de poder y control, reduciendo las resistencias. Por ejemplo: "Es la hora del baño. ¿Lo quieres tomar con la ducha o en la bañera llena?"; "Es la hora de vestirse. ¿Quieres elegir un traje, o lo hago yo? Esta es una forma más fácil y rápida de decir a un niño exactamente lo que hacer.
Sean firmes
En cuestiones realmente importantes, cuando existe una resistencia a la obediencia, nosotros necesitamos aplicar el límite con firmeza. Un límite firme dice a un niño que él debe parar con dicho comportamiento y obedecer a tus deseos inmediatamente. Por ejemplo: "Vayas a su habitación ahora" o "¡Pare!, los juguetes no son para tirar". Los límites firmes son mejor aplicados con una voz segura, sin gritos, y una seria mirada en el rostro. Los límites más suaves suponen que el niño tiene una opción de obedecer o no. Ejemplos de ligeros límites: "¿Porqué no lleva tus juguetes fuera de aquí?"; "Debes hacer las tareas de la escuela ahora"; " Venga a casa ahora, ¿vale?" e "Yo realmente deseo que te limpies". Esos límites son apropiados para momentos cuando se quiere que el niño actúe en un cierto camino. De cualquier modo, para esas pocas obligaciones "debe estar hecho", serás mejor cómplice de su hijo si les aplica un firme comando. La firmeza está entre lo ligero y lo autoritario.
Acentúa lo positivo
Los niños son más receptivos en "hacer" a lo que les ordenan. Directivas cómo el "no" o "pare" dicen a un niño que es inaceptable pero no explica qué comportamiento le gustaría en cambio. En general, es mejor decir a un niño lo que debe hacer ("Habla bajo") antes de lo que no debe hacer ("No grite"). Padres autoritarios dan más órdenes "no", mientras los demás están propensos a aplicar el orden con el "hacer".
Se mantengan al margen
Cuándo decimos "quiero que te vayas a la cama ahora mismo", estamos creando una lucha de poder personal con nuestros hijos. Una buena estrategia es hacer constar la regla de una forma impersonal. Por ejemplo: "Son las 8, hora de acostarse" y le enseña el reloj. En este caso, algunos conflictos y sentimientos estarán entre el niño y el reloj.
Explica el porqué
Cuando una persona entiende el motivo de una regla, como una forma de prevenir situaciones peligrosas para sí mismo y para otros, se sentirá mas animado a obedecerla. De este modo, lo mejor cuando se aplica un límite, es explicar al niño el porqué tiene que obedecer. Entendiendo la razón para el orden ayuda a los niños a que desarrollen valores internos de conducta o comportamiento- una conciencia. Antes de dar una larga explicación que puede distraer a los niños, manifieste la razón en pocas palabras. Por ejemplo: "No muerdas a las personas. Eso les hará daño"; "Si tiras los juguetes de otros niños, ellos se sentirán tristes porque les gustaría jugar aún con ellos".
Sugiera una alternativa
Siempre que apliques un límite al comportamiento de un niño, intente indicar una alternativa aceptable. Por hacerlo sonará menos negativo y su hijo se sentirá menos desaventajado. De este modo, te empeñas en decir "no sé si te gustaría mi pintalabios, pero eso es para los labios y no para jugar. Aquí tienes un lápiz y papel en cambio". Otro ejemplo sería decir "No te puedo dar un caramelo antes de la cena, pero te puedo dar un helado de chocolate después". Por ofrecerle alternativas, le estás enseñando que sus sentimientos y deseos son aceptables. Este es un camino de expresión más correcto.
Sea seriamente consistente
Una regla puntual para una efectiva puesta del límite es evitar una regla repetitiva. Una rutina flexible (acostarse a las 8 una noche, a las 8 y media en la próxima, y a las 9 en otra noche) invita a una resistencia y se torna imposible de cumplir. Rutinas y reglas importantes en la familia deberían ser efectivas día tras día, aunque estés cansado o indispuesto. Si das a tu hijo la oportunidad de dar vueltas a sus reglas, ellos seguramente intentarán resistir.
Desaprueba la conducta, no el niño
Es necesario que dejemos claro para nuestros hijos que nuestra desaprobación está relacionada a su comportamiento y no directamente a ellos. No les estamos rechazando. Lejos de decir "Niño malo" (desaprobación del niño). Deberíamos decir "No muerdas" (desaprobación de la conducta). En lugar de decir "realmente no puedo controlarte cuando actúas de esta forma", deberíamos decir, "Estas latas no están para tirar. Deben quedar en el estante del almacén".
Controla las emociones
Los investigadores señalan que cuando los padres están muy enojados castigan más seriamente y son más propensos a ser verbalmente y/o físicamente abusivos a sus niños. Hay épocas en que necesitamos llevar con más calma, y contar hasta diez antes de reaccionar. La disciplina es básicamente enseñar al niño cómo debe comportarse. No se puede enseñar con eficacia si usted es extremamente emocional. Delante de un mal comportamiento, lo mejor es llevar un minuto de calma uno mismo, y después preguntar con calma, "¿que sucedió aquí?". Todos los niños necesitan que sus padres establezcan las guías de consulta para el comportamiento aceptable. Cuanto más expertos hacemos en fijar los límites, mayor es la cooperación que recibiremos de nuestros niños y menor la necesidad de aplicar consecuencias desagradables para que se cumplan los límites. El resultado es una atmósfera casera más agradable para los padres y los hijos.(Autor: Charles E. Schaefer, Ph.D., es un profesor de psicologÍa y director del Centro de Servicios Psicológicos en la Universidad de Fairleigh Dickinson. Es autor de más de 40 libros, incluyendo "Teach your child to behave disciplining with love from 2 to 8 years".)


Aplicando límites y reglas a nuestros hijos e hijas.
a) ¿Por qué es necesario poner LÍMITES y establecer REGLAS?
Los niños necesitan ser guiados por los adultos para que aprendan cómo realizar lo que desean de la manera más adecuada.
Es fundamental establecer reglas para fortalecer conductas y lograr su crecimiento personal.
Los límites deben basarse en las necesidades de los niños.
Lo que se LIMITA es la CONDUCTA, no los sentimientos que la acompañan. A un niño se le puede solicitar que no haga alguna cosa, pero nunca se le puede pedir que no sienta algo o impedirle una emoción o sentimiento.
Los LÍMITES deben fijarse de manera que no afecten el respeto y la autoestima del niño. Se trata de poner límites sin que el niño se sienta humillado, ridiculizado o ignorado.
Señale la situación problemática empleando pocas palabras. Los sermones son poco efectivos y alteran a las personas. Evite calificar al niño, solamente señale el problema. Sea firme, pero tranquilo.
b) ¿Qué podemos hacer?
Dedique el tiempo suficiente... Si uno está mal para enfrentar el día, si no se lleva bien con otros miembros, si se siente presionado o si tiene temor por el día que se avecina, los niños sentirán esta tensión.
Cuando no se respetan los LÍMITES, debe traer consecuencias. Las cuales deben ser proporcionales, directas y, en la medida de lo posible inmediatas a la situación que las provoca. Las consecuencias deben ser adecuadas a la situación. Esto es, que guarden una relación natural o lógica con la conducta en cuestión.
Las REGLAS deben establecerse de común acuerdo entre padres e hijos, deben ser el producto de la discusión y el entendimiento.
Es más fácil establecer DISCIPLINA cuando la persona responsable de los niños realmente se siente satisfecha de estar a cargo del niño, cuando disfruta al compartir con ellos y cuando es capaz de respetar la necesidad de seguridad de ellos. La disciplina da buenos resultados cuando los adultos son firmes, observadores y afectuosos, nunca si estos se muestran superficiales. La disciplina debe ser firme pero nunca grosera, respetuosa y no hiriente, o sea debe controlar pero nunca lastimar al niño.
NO queremos que los niños crean que porque deseamos ser sus amigos, ellos podrán hacer lo que deseen. No queremos tampoco que nos tengan miedo. El mundo necesita gente que tenga coraje y que sea original, no gente TIMIDA.
La DISCIPLINA depende en gran parte de las habilidades y de las conductas de los adultos, como también de la capacidad para combinar el afecto y el control. Esto es difícil, pues exige mucho de nosotros mismos. La buena disciplina no es solamente castigar o lograr que las reglas se cumplan, implica también que nos gusten los niños y que ellos se sientan aceptados y queridos por nosotros. El proveerles de reglas claras y apropiadas es sólo para su protección.
Nuestra conducta y actitudes afectan la conducta de nuestros hijos. Es posible que los niños se sientan bien, pero empiezan a portarse mal si se les dirige masivamente, o se les grita, en lugar de tratarlos como seres humanos. Los niños imitan la conducta de los adultos y si el adulto es grosero, estos también lo serán.
La DISCIPLINA no es sólo una palabra, una técnica o un conjunto de reglas. Se requiere combinar el afecto con el control; además el planear y el organizar muy bien el espacio, como también distribuir el tiempo disponible. El manejo de los niños debe ser gentil pero con autoridad, ofreciéndoles siempre dirección y conductas apropiadas para imitar. Los niños necesitan adultos que tengan autocontrol y en quienes ellos puedan confiar.
Además, debemos recordar que el tono de voz, el uso de las manos, los gestos y las acciones pueden contribuir a controlar problemas. Las palabras del adulto también pueden ayudar al niño a comprender sus sentimientos y los de otros.
"Recuerde el que su hijo (a) estudie o NO lo haga, es una cuestión de REGLAS y de límites, que los padres debemos aprender a manejar".
c) Poner límites claros y adecuados a la capacidad del niño:
El grado de autocontrol que tienen los niños depende, en gran medida, de la actitud de los padres. El autocontrol como la tolerancia al dolor se educa. Todos hemos oído casos de niño que a muy corta edad han sido operados en tantas ocasiones que cuando sus padres les dicen que van al hospital cogen su osito y no muestran mayor rechazo. Con la capacidad para tolerar frustraciones y para auto controlar las expresiones de agrado o desagrado sucede lo mismo. Un niño puede haber aprendido que cuando papá dice que no, esa decisión es inamovible, pero también puede saber que se le permitirá gritar, protestar y tirarse al suelo para mostrar frustración sin que nadie le pare los pies. El grado de autocontrol y de tolerancia a la frustración está muy relacionado con la capacidad de la familia para hacer respetar su autoridad. La familia tiene más razones para saber que debe poner límites claros y que sean adecuados a lo que el niño puede ofrecer.
d) Principios básicos para padres y madres que desean educar bien:
1. Nosotros somos los educadores, la escuela o colegio sólo complementan.2. Educar bien es enseñar a: conocer las propias posibilidades, desear crecer, aceptar nuestras limitaciones y nuestras virtudes de forma sana, es enseñar a vivir.3. Educar bien es enseñar a adaptarse a todas las situaciones: buenas o malas.4. Educar no es proporcionar experiencias buenas y asilarle de las malas. Es ayudarle a aprender de ellas.5. Para educar bien no existen recetas, se aprende de experiencias concretas y luego se generaliza.6. Educar es una toma de decisiones constante.7. Nuestras decisiones están muy influidas por cómo hemos sido educados.8. Ser conscientes de ello ayuda a educar más sensatamente.9. Educar bien a mi hijo (a), no es compensarle por loo que nosotros no hemos recibido en nuestra niñez. "Los hijos no nacen con tus carencias ni necesidades, no se las crees".10. Debo ser consciente de lo que me transmitieron cuando me educaron.11. Debo educar en el presente con perspectiva de futuro.12. Una mala actuación ahora se paga con creces en el futuro.13. No debo angustiarme. Si no puedo, busco ayuda.14. Para educar bien es necesario tener sentido común.15. Muchas veces necesitamos una visión objetiva desde fuera.16. No dudes en pedir orientación educativa aunque el problema parezca pequeño.17. No existen los superpadres, todo el que te comente que su relación con su hijo es perfecta, puede ser que necesite aparentar o que no quiere ver los problemas.18. Nada es lo mismo para un hijo que para otro.19. Educar bien no es buscar las mismas condiciones para todos, sino es dar a cada hijo lo que necesita. Hacerlo así no es ser injusto, ayuda a los hijos a crecer aceptando la individualidad de cada uno. 20. Educando voy a cometer errores.21. No hay error que no se enmiende.22. Puedo rectificar sin perder la autoridad.23. No importa lo que sucedió en el pasado, si hay problemas hay que "tomar la situación de inmediato".24. Sé positivo. Dile a tu hijo lo que degusta y pon un límite a lo que no te gusta.25. Un niño (a) es una antena parabólica constante. Se entera de todo, lo imita todo. El niño aprende más de lo que ve, que de lo que decimos.26. El mayor deseo del niño es controlar el entorno.27. En el entorno también estamos nosotros. Controlar nuestras reacciones le fascinará, incluso aunque sea a costa de que nos enfademos con él o ella. 28. El niño necesita libertad conducida.29. Si nosotros no ponemos límites a su conducta, lo hará él.30. Nunca debo mentirle. Si le enfrento a aquellas cosas que no le gustan pero que debe aceptar, le preparo para asumir la realidad.31. Si le miento lo haré un inmaduro (necesitará que le disfracemos las cosas para aceptarlas) y un inseguro (si no puedo confiar en mis padres ¿en quién puedo confiar?32. Debo explicarle las cosas (casi siempre) y de forma breve.33. A veces los niños necesitan un "Porque yo lo digo".34. Levantar castigos o encubrir los errores sólo es sobreprotección. Las personas sólo aprendemos de nuestros errores si vivimos las consecuencias de los mismos. Formamos hijos inmaduros incapaces de enfrentarse a la frustración.35. El mayor deseo de un niño es que papá y mamá estén pendientes de él. 36. La atención que le prestamos es nuestra mejor arma. Quién sabe cómo y cuándo prestar atención a su hijo(a) sabe educar.
Todos estos principios se pueden resumir en el siguiente pensamiento:
Sé que puedes.Por eso te enseño y te exijo.Y como sé que te cuesta esfuerzo, te lo reconozco.
e) ¿Cómo aumentar las conductas positivas y eliminar las negativas?
Tenga en cuenta que igual que usted como padre - madre puedes modificar la conducta de tus hijos, éstos modifican de forma intuitiva tu propia conducta.Las normas deben ser claras, esta bien definidas, y se adecuadas para cada niño según la edad.Es importante establecer diferencias entre los hermanos. De otro modo los mayores tienen la sensación de que crecer sólo trae consigo obligaciones y no tardarán en aparecer conductas regresivas (comportamiento infantil) y, por su parte, lo pequeños no desearán crecer, ¿para qué perder privilegios?No es injusto que un pequeño se quede, por ejemplo, sin ir a una actividad o no pueda recibir una bicicleta hasta tener 3 años más. De este modo deseará crecer y hacerse mayor como su hermano.
Hacerse mayor será deseable porque ser pequeño no trae consigo todos los privilegios.No pida cosas que el niño o la niña no puede hacer.Cuando exija al niño, no actúe de forma contradictoria. Sea coherente en la aplicación de las normas. Cuando se produzcan desacuerdos entre los padres sobre la forma de educar a los niños, nunca se deben discutir delante de ellos.Evite centrar la autoridad en un solo padre - madre.No delegar la autoridad en otro.No se desautorice nunca. No modifique los castigos (consecuencias) una vez anunciadas. No castigue con algo que no pueda cumplir.Acostúmbralo a pedir permiso.Cuando tengas que poner un castigo: no te alteres, por nada del mundo.
f) Finalmente recuerde:
Los adultos que conviven con el niño tienen que estar de acuerdo acerca de los límites que debe tener: qué se le permite y qué se le prohíbe. Hay que ser cuidadoso con el castigo, porque si éste no se lleva a cabo adecuadamente, el niño no aprenderá lo que es bueno y malo, no fortalecerá su moral. Tal vez deje de hacer lo que se le censura por temor, pero no por convicción. Lo importante es que el adulto ejerza su autoridad de manera que le dé la oportunidad al niño de aprender algo de la experiencia. Ante un berrinche, por ejemplo, se lo puede ignorar, excluir al pequeño del grupo hasta que se calme, y explicarle que esas son las consecuencias de su acción. Aprenderá a tener más cuidado la próxima vez. Se le puede invitar a que participe en la reposición del daño causado, remendando el libro destruido, el juguete quebrado, el dedo maltratado del hermano y, por último, es importante afirmar que la censura mediante palabras o gestos es a menudo insuficiente para que el niño se dé cuenta de que con su acción ha roto el vínculo de confianza mutua y de solidaridad al hacer algo desagradable a los otros, si existe una fuerte relación familiar.
"Educar a un niño es como sostener en la mano un jabón. Si aprietas mucho sale disparado, si lo sujetas con indecisión se te escurre entre los dedos, una presión suave pero firme lo mantiene sujeto".
Límites personales
Página digital, Julio 8, 2005
Límites personales, por Mikel Agirregabiria Agirre
A medida que avanzamos en la vida, aprendemos a conocer, reconocer y finalmente a amar los límites de nuestras facultades.
Todo tiene sus límites. La madurez no es sino la penosa constatación de nuestro fracaso relativo en casi todo lo que hemos intentado durante nuestra vida. Perseguimos muchas metas, pero sólo alcanzamos algunas y a medias. Al fin descubrimos que todo tiene un límite, incluso la melancolía. Sólo con demasiados años juzgamos finalmente que la felicidad consiste en reconocer nuestros propios límites,… y amarlos.
La infancia y la juventud poseen como cualidades más preciadas la ilimitada esperanza en sus propias aspiraciones y la gloriosa sobreestimación de sus capacidades. La desbordante imaginación no tiene límites. La experiencia humana no toma conciencia de su ser sino en las situaciones límite. El aprendizaje, especialmente durante la adolescencia, va marcando los hitos de nuestra realidad personal. La naturaleza, que enseña la vía de los placeres, señala también sus intraspasables límites.
Pronto descubrimos que el progreso vital no consiste en ampliar los límites, sino en conocerlos mejor. El juego de ponerse límites a uno mismo es el mayor de las delicias secretas de la vida. Por ello, la “educación de la permisividad” ha hecho entrar en crisis al modelo escolar. La falta de capacidad de los adultos para poner límites a la juventud es el gran problema de nuestro tiempo. Todos hablamos de la necesidad de imponer límites, pero nadie se encarga de responsabilizarse: la tarea siempre le corresponde a otros. El profesorado dice: «Si en los hogares no les ponen límites, ¿qué podemos hacer nosotros?» Las familias responden: «La escuela ya no educa, nuestros hijos "se desatan" allí y en la calle.»
El establecimiento de límites contribuye a lograr la madurez psicológica y a formar la identidad personal. Alguien está bien definido cuando sabe lo que es y lo que no es; cuando ha elegido lo que piensa, siente y quiere. Los límites indican asimismo lo que no piensa, lo que no siente, lo que no puede y lo que no debe y lo que no quiere. Saber quién es, qué lo diferencia de los otros. Esto nos da conciencia de nuestra identidad. Esto nos da unidad y nos permite reconocernos y movernos adecuadamente en nuestro ámbito.
Los límites no recortan nada, sino que nos permiten distinguir entre lo real y la fantasía. Nos ubican en la realidad y nos definen como personas. Así descubrimos quiénes somos, con toda la riqueza y la pobreza que acompaña a este descubrimiento. Supone una agridulce sensación de desdicha y felicidad. Tristeza, porque siempre quedan expectativas defraudadas; bienestar, al comprender que somos totalmente originales, únicos e irrepetibles. Además, la condición de únicos da paso al amor, que sólo es posible entre personas diferentes que se complementan.
Los límites son altamente educativos porque la realidad es necesariamente limitativa. Mal que nos pese, no nacimos omnipotentes. Hemos de ir vislumbrando esto desde la niñez con la socialización. La realidad no es manipulable como el pensamiento mágico de la infancia egocéntrica. La vida muchas veces nos dirá no y habremos de aceptarlo o viviremos resentidos. La tolerancia a la frustración es un rasgo básico de la personalidad madura.
Toda genuina educación supone una racionalización, reducción o demora del deseo, que distinga el caprichoso antojo de la exigible necesidad. Si permitiésemos una satisfacción plena e inmediata de todas las continuas demandas de cualquier ser humano, sólo crearíamos un despótico monstruo ególatra. Ha de haber medida en las cosas, y ciertos límites, allende de los cuales el bien no puede subsistir. La libertad de cada uno tiene por límite lógico no provocar la opresión de los demás; al igual que existe un frontera al buscar la felicidad, el dolor ajeno.
Lo más difícil es establecer los correctos límites personales, sin caer en los dos errores extremos: sobrepasarlos o cercenarlos en demasía. Todo poder que no reconozca límites, crece, se eleva, se dilata, y por fin se hunde por su propio peso. Si el medio más seguro de ocultar nuestros límites es no traspasarlos, también es un profundo error creer que no hay nada por descubrir; equivale a tomar el horizonte por el límite del mundo. Sepamos que el espíritu humano se extiende a medida que el universo se despliega.
Para concluir y resumir nos quedamos con la narración insuperablemente del gran escritor portugalujo Juan Antonio de Zunzunegi: “Todo lo bueno se acaba y... / Y ésa es su delicia, que se acabe antes de terminar en la monotonía. / Sí...; sólo lo que tiene límites es hermoso”.
Todos escuchamos hablar de los límites que se deben establecer en los niños, ojalá desde que están muy pequeños: que si deben cumplir con ciertas reglas, hábitos o conductas.
Pero, ¿qué es realmente lo que los padres entienden de todos estos conceptos y cómo los aplican?
A las mamás y los papás les cuesta mucho esto de establecer límites. Y es que aprender a disciplinar a los hijos es un proceso que comienza con el aprendizaje y la propia disciplina de los padres.
Este jueves 01 de septiembre desarrollamos el tema junto a Ana Teresa León, psicóloga especialista en niños y profesora de la Universidad Nacional.
Edgar Silva: Educar al niño (a) es un proceso de establecimiento de límites... ¿es eso?
Ana Teresa León: Parte de educar es establecer límites, lo que hay que ver es por qué los niños presentan problemas cuando se están estableciendo los límites. Los padres se preocupan mucho por ver cómo hacen para establecer los límites, pero no se están fijando cuales son la causas que están generando el problema o manifestación de agresividad, des-obediencia o rechazo. Por eso antes hay que atender las necesidades que los niños y niñas tienen y que pasan como desapercibidas, por ejemplo un niño que no duerma o coma bien presentará problemas de conducta y disciplina.
También la sensación de seguridad es uno de los principales factores de problemas en la conducta, por ejemplo cuando nace un nuevo hermanito sienten que no se les brinda atención.
ES: ¿Qué es lo que se debe limitar?
Ana Teresa León: Eso depende de la edad, a los niños menores de dos años a veces es difícil ponerles límites porque no lo entienden bien por procesos de su desarrollo, por lo que habría que condicionar el ambiente de forma tal que se prevengan los problemas de disciplina.
En el caso de los niños de 4 años a 6 años ellos manifiestan su autonomía y en esos momentos los padres no entienden que han pasado a otra etapa y conforme avancen en la edad pasarán por etapas pero a veces retroceden o se comportan con mayor madurez.
Pero eso también depende del carácter y la personalidad del niño.
ES: ¿Por qué los límites les dan a los niños una sensación de estabilidad y protección?
Ana Teresa León: Porque en este momento hay una transición con respecto a la crianza de antes, donde se les pegaba y castigaba autoritariamente, y ahora ya se sabe que no hay que actuar de esa forma, pero ahora hay gente que cree que debe dejar hacer a los niños todo lo que quieran y eso no es así.
Para establecer límites se requiere de bases que se formen desde cuando se es bebé, por ejemplo estructurarle un orden en la vida de comer, dormir, etc, y enseñarles que hay lugares y momentos para hacer determinadas cosas.
ES: ¿Sería acertado decir que los límites dados por los padres "construyen" la disciplina de los hijos?
Ana Teresa León: Los niños deben de tener claro que hay conductas permitidas y conductas no permitidas, por lo que hay que buscar un equilibrio.
Hay que enseñarles que nuestros actos tienen consecuencias, esto lo empiezan a entender cerca de los 5 años a 7 años, además que se debe de asumir la responsabilidad por los actos.
Antes a uno le establecían las reglas y quizás muy duras, pero en este momento los niños y jóvenes tienen derechos, entonces los padres y maestros deben de aprender formas diferentes de tratar con ellos, pero no se trata de permitir cualquier cosa sino establecer sus responsabilidades y valores.
Los padres y las madres no son culpables de las muchas cosas que pasan porque no es la educación con la que ellos fueron formados, y a veces les es difícil controlar alguna situación en particular, además también hay que saber que situación se vive dentro del hogar.
ES: Hay niños que con solo días de nacimiento manifiestan su carácter, ¿cómo se moldea una disciplina con niños de carácter fuerte?
Ana Teresa León: El temperamento es un factor y se manifiesta desde que el niño nace, se dice que hay de un 10% a 15 % que nacen con temperamento difícil, este muchas veces se manifiesta en la dificultad para dormir, comer, hacer la digestión, con irritación, que genera dificultades porque pueden llorar horas de horas, por lo que también alteran a los padres e incluso son estos niños los que pueden llegar a ser víctimas de maltrato.
Lo que se recomienda es buscar la forma de adaptarse y adaptar al niño, por ejemplo dedicarles tiempo para jugar, que esa es la demanda más grande que ellos manifiestan y a veces no se les pone atención a eso.
ES: ¿Para disciplinar, cuánta disciplina necesita el padre y cuánta constancia?
Ana Teresa León: Los padres tienen que primero dar el ejemplo, esto implica que uno esté dispuesto a tener el autocontrol, aunque los niños los manipulen.
Además tiene que observar las necesidades de afecto, pertenencia o seguridad que está demandando el niño de sus padres.Insisto: Los niños no se portan mal por cualquier cosa sino que muchas veces lo podemos saber al separar la palabra “mala-crianza”, y esto es porque no les respondemos de la manera necesaria.
Una técnica es ponerlos a jugar con agua o plasticina, que son juegos que tranquilizan.
ES: Esperamos que con esta información usted pueda tener mejor conocimiento de cómo implementar y continuar con los límites en sus hijos, esto por hacer de ellos una mejor persona y poder así convivir en el hogar y fuera de el bajo los límites del respeto y los valores.